Autora | Elvira Esparza
La baja natalidad no es la única razón por la que se ven pocos niños solos por la calle en las ciudades. El diseño de las metrópolis parece que no está pensado para que los pequeños tengan espacios donde desenvolverse libremente. Sin embargo, en algunas ciudades se están desarrollando algunas iniciativas para solucionar este problema y dejar espacio a los niños en la calle.
Hace años no era raro que los niños jugasen en las calles. En Madrid, cuando yo era niña era lo habitual. En mi barrio no había problemas de seguridad, por lo que podíamos estar solos, sin adultos, y disfrutábamos de bastante espacio sin coches para jugar. Ahora, sin embargo, el espacio de juego de los niños se limita a los parques infantiles acotados y, además, bajo la supervisión constante de los padres.
¿Son peligrosas las calles?
Así lo perciben los niños, según un informe realizado por Educo. El resultado deja pocas dudas, 1 de cada 3 niños cree que las calles de su ciudad o comunidad no son seguras, aunque los peligros que se encuentran en las calles son muy distintos según las ciudades. Los riesgos que se viven en las calles de las urbes más desarrolladas son muy distintos a los que se sufren en las capitales de los países con un alto grado de delincuencia.
¿Cuáles son los peligros más habituales en las calles?
Los peligros que más afectan a los niños pueden ser de dos tipos:
- Violencia: Es propia de ciudades con un alto índice de delincuencia en las que los niños no pueden estar solos en las calles porque pueden ser víctimas de delitos, desde robos a secuestros.
- Accidentes: La presencia masiva de coches en las calles ha provocado un aumento de los atropellos en pasos de peatones, semáforos o en la salida de los colegios, lo que supone un riesgo para los niños. Además, los coches han contribuido a reducir el espacio que ofrecían las calles a los niños para jugar y socializar.
Sobreprotección y pérdida de autonomía
Con el fin de evitar que los niños sufran cualquier percance, se ha producido una excesiva protección por parte de los padres. Los progenitores se encargan de llevar a los niños al colegio y de recogerlos por las tardes, llevarlos a las actividades extraescolares e incluso los acompañan en el parque. De ese modo, los niños han perdido su capacidad de orientarse en la calle porque siempre se desplazan en compañía de los padres y, en la mayoría de los casos, lo hacen en coche. De hecho, en muchos barrios ni siquiera existen aceras, por lo que es difícil caminar por las calles.
Además, el juego en espacios libres sin la supervisión de los adultos ha sido sustituido por los parques y zonas de juego infantiles perfectamente acotadas y con la presencia constante de los mayores. La consecuencia de esta sobreprotección es que los niños no desarrollan algunas habilidades que surgen con el juego espontáneo en la calle. A la vez, se ha limitado la capacidad de socialización de los niños porque siempre están en compañía de sus padres.
Ciudades pensadas para los niños
Ante la falta de espacio para los niños en la mayoría de las ciudades, urge la necesidad de un urbanismo que diseñe las ciudades pensando en la infancia, con zonas seguras, una movilidad accesible y acceso a juegos. Algunas ciudades han comenzado a desarrollar iniciativas para crear estos espacios seguros tanto para los niños como para las personas mayores.
En Barcelona, el programa de Supermanzanas que se incorporó en el Plan de Movilidad Urbana de Barcelona, ha transformado la ciudad eliminando espacio para los coches para dárselo al peatón. De este modo, con el cierre del tráfico en algunas zonas se han conseguido crear áreas seguras dedicadas a los niños con más árboles, asientos, juegos y parques para actividades deportivas.
En Copenhague las calles y los espacios públicos están diseñados pensando en la seguridad y diversión de los niños. La ciudad es accesible a pie y en bicicleta, con muchos parques y zonas verdes donde los niños pueden jugar de forma segura.
Un urbanismo pensado para los niños debe incluir amplias zonas de juego, patios abiertos, aceras amplias, bancos y parques y, sobre todo, contar con la opinión de los niños, capaces de expresar su aceptación, para diseñar los espacios públicos.